Cualquier vallisoletano conoce el Puente Mayor. Es aquel que cruza el Pisuerga y que hoy por hoy, es uno de los más transitados de la ciudad. Aun así, seguro que no son muchos los que conocen la leyenda del Diablo.
Allá por el siglo XIII, había dos familias muy reconocidas en la ciudad, similares a los Montesco y los Capuleto. Eran las dirigentes de cada lado del Pisuerga. Por un lado, estaban los Tovar, y por el otro, los Reoyo. Estas dos familias se odiaban con tanta intensidad que no cruzaban siquiera el río con tal de no encontrarse con sus enemigos.
Esta leyenda, como la gran mayoría, es una tragedia, puesto que la amada del joven Tovar vivía a la orilla de los Reoyo. Su nombre era Flor, una bella adolescente hija de un soldado que, a su vez, estaba profundamente enamorada del mismo.
Solían verse por las noches a escondidas: Tovar cogía su barca y remaba hasta su punto de encuentro. Una de estas noches su suerte fue tal que el joven Reoyo, su análogo, le vio y decidió atacarlo. Batallaron hasta altas horas de la madrugada y el joven Tovar resultó ser el vencedor, atravesando con la espada a su contrincante.
Decidido, sigue su camino en busca de su cita y una vez más, la suerte se pone en su contra con un temporal que deja su barca destrozada. Maldiciendo su suerte, Tovar le prometió al Diablo que si le dejaba ver a su amada le otorgaría su alma. El río se partió en dos y de las profundidades emergió Satanás, aceptando su alma: “Un puente forjaré porque la veas”.
La leyenda cuenta que en ese momento apareció de la nada el Puente Mayor… Otros dicen que fueron las lechuzas y los búhos los que trajeron los materiales para la construcción, sea como sea, Tovar ya podía encontrarse con su musa. Tras recorrer toda la ciudad, el joven quedó helado al ver el cuerpo de Flor en el suelo. El Diablo también se había apoderado de su alma.
Pasaron 30 años en los que Tovar no podía dejar de recordarla y, cuando llegó el momento de morir, su última frase fue: “Me marcho con ella”.
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